Reproducimos las Carta pastoral que ha escrito Mons. Demetrio Fernández, con motivo de la Pascua y coincidiendo con la próxima canonización de esos dos grandes papas que fueron Juan Pablo II y Juan XXII.
"Dios es el dueño de la historia, el que dirige los acontecimientos de manera providencial, estamos en sus manos. Y a Dios le gusta intervenir en la historia, haciendo quiebros que nos desconciertan. Cuando nosotros los humanos lo tenemos todo planeado, todo estudiado y sometido a estadística, cuando lo tenemos todo calculado, Dios irrumpe en la historia con gratas sorpresas que llenan de esperanza el corazón del hombre.
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Acción Católica General de Madrid. Noticias del Sector de Adultos y de la Iglesia.
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viernes, 25 de abril de 2014
martes, 22 de abril de 2014
¡El crucificado ha resucitado, sus llagas resplandecen como rayos de sol!
En estas entradasque estamos dedicando a los mensajes pascuales de nuestros obispos, hoy queremos reproducir el mensaje de D. Ciriaco Benavente Mateos, Obispo de Albacete.
En su mensaje nos recuerda que la resurección de Jesús da esperanza a todos los que sufren, que un día serán liberados.
Queridos diocesanos:
Cuando os llegue esta carta habrá pasado ya el Sábado Santo, el día del gran silencio de Dios, en que los discípulos de Jesús, tras la crucifixión, tuvieron que apurar hasta el fondo el cáliz del fracaso. Su desolación me sugiere la inquietud de tantos creyentes de hoy, sumidos, ante el aparente ocaso de Dios, como en un largo sábado santo. Es el sábado santo de la historia, en que la memoria del pasado se debilita, el presente, tan fragmentado, resulta desconcertante, y el futuro, tan incierto, parece engendrar más temor que esperanza, más oscuridad que luz. Muchos llegan a preguntarse con angustia: ¿A dónde vamos?; ¿hay un futuro para el hombre, para el cristianismo, para esta Iglesia que amamos?
En su mensaje nos recuerda que la resurección de Jesús da esperanza a todos los que sufren, que un día serán liberados.
Queridos diocesanos:
Cuando os llegue esta carta habrá pasado ya el Sábado Santo, el día del gran silencio de Dios, en que los discípulos de Jesús, tras la crucifixión, tuvieron que apurar hasta el fondo el cáliz del fracaso. Su desolación me sugiere la inquietud de tantos creyentes de hoy, sumidos, ante el aparente ocaso de Dios, como en un largo sábado santo. Es el sábado santo de la historia, en que la memoria del pasado se debilita, el presente, tan fragmentado, resulta desconcertante, y el futuro, tan incierto, parece engendrar más temor que esperanza, más oscuridad que luz. Muchos llegan a preguntarse con angustia: ¿A dónde vamos?; ¿hay un futuro para el hombre, para el cristianismo, para esta Iglesia que amamos?
domingo, 20 de abril de 2014
El Señor ha resucitado
Cristo ha resucitado. Esto es lo fundamental de nuestra Fe, sin esta resurrección sólo seríamos millones de personas con buenos sentimientos y un ideal de vida modélico, pero nada más, seguiríamos bajo el yugo de la muerte. Cristo ha resucitado y por eso estamos alegres, porque sabemos que nosotros también tenemos la oportunidad de vencer a la muerte, si nos mantenemos fieles a Él.
Queremos empezar esta Pascua con las palabras que Mons. Carlos Escribano ha escrito con este motivo.
Queremos empezar esta Pascua con las palabras que Mons. Carlos Escribano ha escrito con este motivo.
martes, 1 de abril de 2014
Homilía del cardenal Rouco en el funeral de Estado por Adolfo Suárez
1.- Los restos mortales de nuestro hermano Adolfo (q.e.g.e.) descansan ya en el Claustro de la Catedral de Ávila, la ciudad de Teresa de Jesús, aquella santa castellana que “moría porque no moría”. Morir por el verdadero amor y morir amando de verdad es señal inequívoca de la fecundidad de una vida comprendida y cumplida a la luz del Misterio de Aquél que “murió por todos para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5,15). El Misterio de Cristo, Hijo del hombre e Hijo de Dios, es el Misterio del Amor de Dios al hombre, el Misterio del amor más grande, del que hacemos memoria en esta celebración eucarística por nuestro querido hermano Adolfo, cuya vida al servicio de España nos resulta inexplicable sin la fuerza inspiradora y motivadora del amor cristiano. Al avivar los recuerdos de su larga, limpia y generosa trayectoria en esta hora de la prueba decisiva, que es la muerte, y al hacerlos presentes en la memoria eucarística, ¿no se nos impone el convencimiento de que a él también le apremiaba el amor de Cristo, del que hablaba San Pablo a los fieles de Corinto? Su familia, sus queridos hijos y nietos, dirán sin vacilar: ¡que sí!
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