miércoles, 26 de marzo de 2014

Homenaje a Adolfo Suárez

Queremos nosotros también sumarnos a la multitud de muestras de condolencia que se han registrado estos días por la muerte de D. Adolfo Suárez. De joven militó en la Acción Católica y por eso recogemos las palabras del Monseñor Burillo en el funeral de Ávila, como homenaje a su figura:

 
“Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Recibimos en la catedral de Ávila los restos mortales del excelentísimo Señor Presidente del primer Gobierno de España en democracia, Don Adolfo Suárez. Le acogemos en este retorno a su ciudad, a su catedral. Salió de aquí después de haber vivido unos años de juventud apasionados. En la época en que llegó a Ávila procedente de Cebreros, era bastante fácil vivir la fe. Su familia, católica practicante, le educó en la fe y en ella vivió.

El ambiente, las clases del colegio y del instituto, la sociedad abulense facilitaban al máximo. Como muchos jóvenes, participó en el movimiento juvenil de Acción Católica. Allí acudía a las reuniones de formación, a la santa Misa, y a otras actividades lúdicas. Dada su capacidad de liderazgo, un día se dirigió al obispo Don Santos Moro, enterrado en esta catedral, para decirle: ¡hay que renovar la Acción Católica!, y Don Santos le nombró presidente de la asociación. En una campaña dirigida por él para remover la conciencia de los jóvenes, nació “de jóvenes a jóvenes”. Toda la ciudad se preguntaba qué sería aquello. En el “teatro Principal” explicó con otros compañeros sus inquietudes para promover la fe, dando un gran impulso juvenil a la ciudad. En ocasiones dialogaba con Don Baldomero Jiménez Duque, rector del seminario, buscando luz en el sendero de su vida. La encontró en el ejercicio de la política.

Ahora Adolfo Suárez vuelve a casa para reposar junto a quien fue todo en su vida, su esposa Amparo. Su atención a ella, particularmente durante su última enfermedad, estuvo tan llena de amor que algún biógrafo ha confesado que nunca conoció un caso como el suyo, de mayor entrega a la compañera de su vida. Del matrimonio nacieron cinco hijos. También hoy rezamos por Mariam.

Desde muy joven Adolfo Suárez tuvo una cualidad poco frecuente entre los universitarios de la época: sabía escuchar. Daba la impresión de que cuanto decía su interlocutor era lo único que le importaba en aquel momento. También desde muy joven demostró una capacidad ilimitada para afrontar problemas y dificultades con serenidad, con espíritu analítico y autocrítico, seguro de sí mismo. Actuaba con gran libertad interior y desmedida generosidad. Las cosas para él no eran sino medios para alcanzar un buen fin. Quienes le conocen aseguran que nunca tuvo apego a algún objeto personal.

¿Y cómo entender su vida, plenamente entregada a la política? Esta queda iluminada por la Palabra de Dios que acabamos de escuchar.

El Padre ha dado al Hijo disponer la vida. Las convicciones cristianas de Adolfo Suárez fueron el marco en que se desenvolvió su quehacer humano y político, en actitudes de responsabilidad, mesura y respeto. Su prodigioso trabajo durante la Transición española fue realizado desde la serenidad, el respeto profundo a los demás y desde la cortesía, que no era formal sino permanente reconocimiento de la dignidad del ser humano. En cierto modo inauguró un estilo de convivencia política: respetando las posiciones adversas, buscando tenazmente el pacto y el consenso, valorando las posiciones de adversarios políticos. Sin rencor ni revancha, con espíritu democrático trabajó sin cesar por el entendimiento entre los españoles. En los momentos más difíciles de su carrera se mantuvo erguido, con valor y serenidad. Finalmente, convencido de que no tenía apoyos, dejó el poder sin vacilar, sin amargura, convencido de que era lo mejor para España.

Podemos afirmar que Adolfo Suárez ha sido un católico en la vida pública. En efecto, la misión propia de los cristianos laicos es la derivada de su condición secular, de su presencia activa en la sociedad. Ellos son miembros de pleno derecho en la Iglesia, insertos en la sociedad. De esta doble condición brota su especial aptitud y misión para ser testigos del Dios vivo en las instituciones y tareas de la sociedad civil.

La dimensión social y política de Adolfo Suárez nació, por su bautismo, en el Dios vivo y verdadero. Tal dimensión afecta al ejercicio de las virtudes cristianas, al dinamismo entero de la vida. Desde esta perspectiva adquiere toda su nobleza y dignidad la actividad política. Se trata de un amor eficaz hacia las personas, un amor que se concreta en la búsqueda del bien común. Es lo que entendemos por “caridad política”. Ésta no suple las deficiencias de la justicia, consiste en un amor activo, fruto del aprecio a los seres humanos, considerados como hermanos.

Él es nuestra paz, el que de los dos pueblos ha hecho uno. De todos es reconocido que la gran aportación de Suárez a la sociedad española y a la comunidad internacional ha sido la reconciliación del pueblo español. Su política consiguió que las dos Españas volvieran a encontrarse tras décadas de animadversión y de odio. En su proyecto político y social todos habitábamos la misma tierra, bajo las mismas condiciones y oportunidades. La transición pacífica de los españoles causó admiración en el mundo.

El Apóstol Pablo nos recuerda que religiosos e increyentes (judíos y gentiles) hemos sido reconciliados por Dios en Cristo. Él es nuestra paz, el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad (Ef, 2,14). Y el Papa Francisco asegura: “Se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias, que solo pueden facilitar esas personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda. La solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la historia” (EG 228). Bellas palabras sobre el gran objetivo de reconciliación y de paz, promovido por el presidente Suárez, a quien debemos una acción de gracias inmensa. Él trazó un camino que merecería ser continuado.

Cristo reconcilió a los dos pueblos mediante la cruz. Pablo añade cuál ha sido el medio para obtener la reconciliación y la paz, es decir, el sufrimiento y la cruz. Sufrimiento y cruz han sido características que han acompañado al Presidente en su largo camino. No sólo durante la enfermedad en sus últimos años, también el sufrimiento anidó en su alma por la muerte de su esposa y de su hija, y por la profunda soledad que envolvió la última etapa de su quehacer político. Adolfo experimentó el abandono de algunos de sus colaboradores, el abatimiento personal, la ingratitud como respuesta a su entrega. Comprobó, además, con amargura el sacrificio que su familia había padecido a causa de sus necesarias ausencias. “Sin Amparo y sin mis hijos, yo no hubiera sido capaz de dar lo mejor de mí mismo en servicio de España” –reconoció con humildad-.

Por último, en la muerte de Adolfo Suárez los creyentes confesamos que la fe en Cristo muerto y resucitado nos asegura el paso de la muerte a la vida. Creemos firmemente que los fieles difuntos no mueren, sino que duermen hasta ser despertados en el día final. Quienes escuchamos la Palabra de Cristo y creemos en Él no seremos llamados a juicio porque ya estaremos en posesión de la vida eterna, afirma el evangelista, aunque cuenta, naturalmente, con nuestra continua fidelidad en el seguimiento de Cristo.

Oremos, queridos amigos,
en esta Eucaristía por Adolfo Suárez. Encomendemos su alma a Dios. Pidamos que el Señor perdone todos sus pecados, que quedan patentes a los ojos de Cristo. Y que la Santísima Virgen, nuestra Señora de Valsordo, patrona de Cebreros, lo acompañe hasta su Hijo en esta hora. Así sea."

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