La romana Pontificia Universidad Gregoriana está organizando estos días el Simposio orientado a los Obispos y Superiores Mayores acerca del problema del abuso sexual de menores. Bajo el lema "Hacia la cura y la Renovación" está afrontando el problema del abuso de menores dentro de la Iglesia Católica
Durante los días 6 al 9 de febrero de 2012, se celebra este Simposio en Roma.
Busca proporcionar información a Obispos Católicos y Superiores Religiosos sobre los recursos disponibles, mundial e interculturalmente, para responder al abuso sexual dentro de la Iglesia y de la sociedad.
Este encuentro trabaja en base a la reciente Carta Circular (mayo 2011) de la Congregación para la Doctrina de la Fe pidiendo a todas las diócesis que se desarrollen, en el lapso del año, “procedimientos adecuados tanto para asistir a las víctimas de tales abusos como para la formación de la comunidad eclesial en vista de la protección de los menores”.
Expertos en los campos de la Psicología, Derecho Canónico, Teología y Ministerio Pastoral, compartensus conocimientos en el Simposio para que los participantes puedan promover una respuesta consistente y mundial por parte de la Iglesia que protege a los más débiles e invita a un liderazgo creativo a las comunidades eclesiales.
Todos los documentos del Simposio los podemos encontrar en este enlace:
A continuacíon la homilia del Cardenal Marc Ouellet, con ocasión de este Simposio:
"Homilía para la Vigilia penitencial en ocasión del Simposio “Hacia la sanación y la renovación”
7 de febrero de 2012
Muy estimados hermanos en el episcopado, sacerdotes, hermanos y hermanas en Cristo,
En el contexto de la reflexión que estamos haciendo en estos días del Simposio “hacia la sanación y la renovación”, recordamos que estamos aquí esta tarde no sólo como creyentes sino también como penitentes.
La tragedia del abuso sexual de menores perpetrado por los cristianos, y en modo especial por miembros del clero, es fuente de gran vergüenza y un escándalo enorme. Es un pecado contra el cual el mismo Jesús se pronunció: “Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños” (Lc 17, 2). El abuso es un crimen que, de hecho, causa una auténtica experiencia de muerte para las víctimas inocentes, a quienes sólo Dios puede resucitar a nueva vida en el poder del Espíritu Santo. Por lo tanto, con profunda convicción y conciencia de lo que estamos haciendo, nos volvemos hacia nuestro Señor y Le imploramos.
Este gesto de purificación involucra la Iglesia entera, y cada uno de nosotros – Obispos, Superiores Religiosos, educadores, todos los cristianos – siente el sufrimiento por lo que ha ocurrido. Invocamos al Espíritu de Dios, Quien sana y renueva radicalmente todas las cosas, que descienda sobre nosotros.
Como miembros de la Iglesia, debemos tener el valor para pedir humildemente el perdón de Dios a la vez que pedimos perdón por “los pequeños” que han sido heridos, buscando todas las formas posibles para recuperar y vendar sus heridas, a ejemplo del buen samaritano. El primo paso en esto camino es escucharlos attentamente y creer sus dolorosas historias.
El camino de renovación para la Iglesia que continuará educando a los fieles y establecindo las estructuras apropiadas para evitar semejantes crímenes, deberá incluir el sentimiento de “nunca jamás”. Como expresó el Beato Juan Pablo II: “No hay lugar en el sacerdocio y en la vida religiosa para aquellos que dañan a los jóvenes” (Discurso a los Cardinales de los Estados Unidos, 23 de abril, 2002, n. 3). Es intolerable que el abuso de niños pudiese acontecer dentro de la Iglesia. ¡Nunca más!
Tristemente, observamos que el abuso sexual de menores se encuentra en toda la sociedad moderna. Nuestra esperanza profunda es que el compromiso de la Iglesia
para afrontar este gran mal fomente la reforma entre otras comunidades y grupos de la sociedad que han sido afectados por esta tragedia.
En esta nueva senda, nosotros los cristianos debemos darnos cuenta de que sólo la fe puede garantizar un trabajo auténtico de renovación en la Iglesia: una fe entendida personalmente, como una verdadera relación vital de amor con Jesucristo. Conscientes de nuestra propia falta de fe vital, suplicamos al Señor Jesús que nos restaure a todos nosotros y que nos guíe a través de la agonía de la cruz hacia el gozo de la resurrección.
En ocasiones la violencia se perpetró por parte de personas profundamente trastocadas o que habían sido abusadas también ellas. Era necesario actuar y prohibirles continuar en cualquier forma de ministerio, para lo cual, obviamente, no eran idóneas. No siempre se hizo esto debidamente, y de nuevo, pedimos perdón a las víctimas.
Los Pastores de la Iglesia, habiendo aprendido de esta experiencia terrible y humillante, tienen el deber grave de ser sumamente responsables al discernir y aceptar a los candidatos que desean servir en la Iglesia, especialmente como sus ministros ordenados.
Aturdidos aún por estos hechos tristes, esperamos que la liturgia de esta vigilia nos ayude a mirar estos horribles pecados que ocurrieron en el Pueblo de Dios a luz de la Historia de la Salvación, una Historia que hemos repasado juntos aquí esta noche. Es una Historia que nos habla de nuestra miseria, de nuestros fracasos repetidos, pero, más que todo, de la infinita misericordia de Dios, de la que siempre tenemos necesidad.
Por tanto, nos encomendamos completamente a la intercesión poderosa del Hijo de Dios, que “se anonadó” (Fil 2,7) en el misterio de la Encarnación y de la Redención, y que ha tomado sobre Sí todo mal, incluso este mal, destruyendo su poder para que no tuviera la última palabra.
Cristo resucitado, en efecto, es la garantía y la promesa de que la vida triunfa sobre la muerte; Él es capaz de traer la salvación a cada persona.
Ahora que continuamos nuestra liturgia, oremos, con las palabras del Papa Benedicto XVI, para pedir un aprecio mayor de nuestras vocaciones respectivas, para redescubrir las raíces de nuestra fe en Jesucristo y beber de las fuentes del agua de la vida que Él nos ofrece a través de su Iglesia (cf. Carta Pastoral a los católicos de Irlanda).
Que el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que siempre actúa en el mundo, descienda y nos socorra por las oraciones de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, cuya poderosa intercesión nos sostiene y nos guía para que seamos obedientes y receptivos al amor divino. ¡Amén!
Cardenal Marc Ouellet
Prefecto de la Congregación para los Obispos"
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