Queridos militantes y amigos.
La celebración de la Epifanía ha sido para nosotros el anuncio del Señor como verdadero Salvador también de nuestro tiempo. Si Jesús de Nazaret es el Mesías, Salvador ayer, hoy y siempre, hemos de subrayar especialmente este “hoy”.
Jesucristo salva cada etapa de la historia salvando a los hombres que viven ese tiempo. Es decir, que Jesucristo quiere salvar nuestro tiempo ofreciéndonos a cada uno la salvación en la Iglesia. Las épocas no son pues salvadas de forma ajena a la responsabilidad de los hombres que las viven, sino que requiere nuestra respuesta y colaboración a la Epifanía divina. La evangelización de cada tiempo y lugar sólo se hace a través de la santidad de Dios que viene a habitar en los hombres. Si nosotros acogemos la Gracia y somos dóciles a su desarrollo, brillará y nos hará brillar en medio de la oscuridad del mundo.
Este año, en el aula de Teología del consejo diocesano, estamos estudiando la historia de la evangelización. Esta, no es una historia de programas, estrategias y estructuras. Es la historia de la santidad de Dios, que brilla en la vida de los hombres. Nosotros somos un eslabón más de esa historia. Pero, ¿puedo verdaderamente decir que Jesucristo es mi Salvador? ¿Puedo escribir mi historia de salvación, lo que Dios ha hecho conmigo? Sería realmente hermoso que pudiéramos escribir estas historias y reunirlas en un libro que diera testimonio de cómo Dios sigue actuando en nuestras vidas y es capaz de salvar a personas tan diferentes como nosotros: hombres y mujeres; ancianos, adultos, jóvenes y niños; de distintas capas sociales y distintas capacidades intelectuales. Ninguno puede salvarse por sí mismo; ninguno puede darse la vida a sí mismo. Dios hace con nosotros una historia de salvación.
En este año de la fe quiero proponerte una cosa especial y concreta: que escribas tu historia de salvación. No es necesario publicarla, pero sí que tu la conozcas y que estés cierto de ella, para que cuando debas dar testimonio esta certeza brote limpia y clara de tu corazón, por obra del Espíritu Santo. Redescubrir el camino de la fe pasa por recordar qué ha hecho Dios conmigo para que yo pueda llamarle mi Salvador.
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