viernes, 13 de julio de 2012

Chiara Corbella y Bárbara Castro. Dar la vida por sus hijos

Dos mujeres en los últimos meses han dado su vida por defender la de sus hijos no nacidos y por ser fieles a sus creencias. Chiara Corbella y Bárbara Castro García  nos han dado un testimonio que es importante conocer para reflexionar sobre ellos a la luz de Cristo.

Chiara Corbella


El 17 de junio de 2012, en la iglesia de Santa Francisca Romana de Roma, se celebró el funeral por la joven Chiara Corbella, tras un calvario de cerca de dos años provocado por un tumor. Una ceremonia que no fue nada fúnebre, una gran fiesta en la que participaron cerca de mil personas que llenaron la iglesia cantando y aplaudiendo desde la entrada del féretro hasta su salida.

La de Chiara es una historia extraordinaria que se ha difundido por la red, tanto que el video en Youtube  ha sumado decenas de miles de visionados en apenas unos días.

Esta joven romana de solo 28 años, bella, luminosa, con la sonrisa siempre en los labios, murió por retrasar el tratamiento que habría podido salvarla, con tal de llevar a término el embarazo de Francesco, un niño deseado desde el primer momento de su matrimonio con Enrico.

No era el primer embarazo de Chiara. Los dos anteriores acabaron con la muerte de los niños a las pocas horas de nacer. A ambos se les habían detectado graves malformaciones desde las primeras ecografías.

Sufrimientos, traumas, sentimiento de desánimo... pero Chiara y Enrico nunca se cerraron a la vida, con lo que tras algún tiempo llegó otro embarazo: Francesco. Esta vez las ecografías confirmaban la buen salud del niño. Sin embargo al quinto mes a Chiara los médicos le diagnosticaron una lesión de la lengua que tras una primera intervención se confirmó como la peor de las hipótesis: un carcinoma.

Desde entonces, una dura lucha. Chiara y su marido, sin embargo, no perdieron la fe y “aliándose” con Dios decidieron una vez más decir sí a la vida. Chiara defendió a Francesco sin pensárselo dos veces y corriendo un grave riesgo, retrasó su tratamiento para llevar adelante la maternidad. Sólo tras el parto la joven pudo someterse a una nueva intervención quirúrgica más radical y luego a los sucesivos ciclos de quimio y radioterapia.

Francesco nació sano y guapo el 30 de mayo de 2011; pero Chiara, consumida hasta perder incluso la vista del ojo derecho, pasado un año no lo superó. El miércoles pasado, hacia mediodía, rodeada de parientes y amigos, acabó la batalla contra el “dragón” que la perseguía, como ella definía el tumor, en referencia a la lectura del Apocalipsis.

Como, sin embargo, se lee en la misma lectura -elegida no por casualidad para la ceremonia fúnebre- una mujer ha vencido al dragón. Chiara, en efecto, habrá perdido su combate terreno pero ha ganado la vida eterna y ha dado a todos un verdadero testimonio de santidad.

“Una segunda Gianna Beretta Molla”, la definió el cardenal vicario de Roma, Agostino Vallini, que quiso rendir homenaje con su presencia a Chiara, a la que había conocido hace unos meses junto a Enrico.

“La vida es como un bordado del que vemos el revés, la parte desordenada y llena de hilos –dijo el purpurado-, pero de vez en cuando la fe nos permite ver un borde de la parte derecha”. Es el caso de Chiara, según el cardenal: “Una gran lección de vida, una luz, fruto de un maravilloso designio divino que se nos escapa, pero que existe”.

“Yo no sé lo que Dios ha preparado para nosotros a través de este mujer –añadió-, pero es seguramente algo que no podemos perder; por ello recojamos esta herencia que nos recuerda dar el justo valor a cada pequeño o gran gesto cotidiano”.

“Esta mañana estamos viendo lo que hace dos mil años vivió el centurión, cuando viendo morir a Jesús dijo: Este era verdaderamente el hijo de Dios”, dijo en su homilía fray Vito, joven franciscano, conocido en Asís, que asistió espiritualmente a Chiara y a su familia en el último periodo. “La muerte de Chiara ha sido el cumplimiento de una plegaria”, añadió. La joven, contó el fraile, “tras el diagnóstico médico del 4 de abril que la declaraba enferma terminal, pidió un milagro: pero no la curación, sino la paz para vivir estos momentos de enfermedad y sufrimiento, tanto ella como las personas más cercanas”.

“Y nosotros –dijo fray Vito visiblemente emocionado- hemos visto morir a una mujer no sólo serena sino feliz”. Una mujer que vivió gastando su vida por amor a los otros, llegando a confiar a Enrico: “Quizá en el fondo no quiero la curación. Un marido feliz y un niño sereno sin su mamá son un testimonio más grande que una mujer que ha superado la enfermedad. Un testimonio que podría salvar a tantas personas...”.

A esta fe Chiara llegó poco a poco, precisó fray Vito, “siguiendo la regla asumida en Asís por los franciscanos que tanto amaba: pequeños pasos posibles”. Un modo, explicó, “para afrontar el miedo del pasado y del futuro frente a los grandes eventos, y que enseña a empezar por las cosas pequeñas. Nosotros no podemos transformar el agua en vino, pero sí empezar a llenar las tinajas. Chiara creía en esto y esto la ayudó a vivir una buena vida y por tanto una buena muerte, paso a paso”.

Todos los asistentes se llevaron de la iglesia una plantita –por voluntad de Chiara, que no quería flores en su funeral sino que cada uno recibiera un regalo- y en el corazón un “pedacito” de este testimonio, orando y pidiendo la gracia a esta joven mujer a la que quizá un día llamarán beata Chiara Corbella.

Bárbara Castro García 

Su vida corre casi paralela a la de Chiara Corbella. Las dos son madres, a las dos les descubrieron un tumor maligno en la lengua durante su embarazo y las dos eligieron proteger a su hijo aunque ello supusiera retrasar el tratamiento que podía vencer a su enfermedad. Chiara -28 años- fue enterrada hace dos semanas. El funeral de la española Bárbara Castro García ha sido el sábado 7 de julio en Córdoba.

Apenas un día después de la muerte de su mujer, Ignacio Cabezas atiende sereno la llamada de Gaceta.es, y no porque la profesión de Bárbara Castro -periodista en la delegación de medios del obispado de Córdoba- le haya hecho ser comprensivo con la prensa, sino porque siente que la temprana muerte de Bárbara -31 años- ha sido en cierto sentido “para esto. Para dar testimonio”.

Y merece la pena conocer la historia de este matrimonio que nació el 19 de septiembre de 2009, después de once años de noviazgo. “Estábamos locos por casarnos y, una vez casados, deseábamos muchísimo ser padres. Recuerdo el día que supimos que Bárbara estaba embarazada; estábamos los dos desayunando en una cafetería con una sonrisa boba imposible de borrar”.

Tenían la vida que siempre habían deseado y así vivieron, “en un sueño”, hasta que el 15 de julio de 2010 el diagnóstico médico cayó sobre ellos como una losa. “Bárbara llevaba un tiempo quejándose de una llaga en la boca. Por fin fue al dentista, que nos mandó al maxilofacial. Allí le dijeron que no tenía muy buena pinta”.

Era necesario hacer pruebas, iniciar tratamientos... y todo ponía en peligro a Barbarita, la niña que venía en camino. “Mi mujer dijo desde el principio que nuestra hija nacería el día que Dios quisiera, ni uno antes”. Solo se le pudo practicar una pequeña intervención en la lengua que le provocó, además, “dolores que ni siquiera imaginaba que existían”.

La llegada al mundo de su hija, el 1 de noviembre de 2010, fue un oasis de alegría y paz en medio del desierto de la enfermedad. Pero solo una semana después los dolores se hicieron más fuertes. La pequeña se quedó con sus abuelos y Bárbara viajó a Madrid junto a su inseparable marido. El cirujano maxilofacial que les atendió no les dio muchas esperanzas. “No sé cómo has podido llegar hasta aquí. Voy a hacer todo lo que pueda, pero la situación es muy seria”.

Llegaron la operación - “se quedó casi sin lengua y sin una parte de la mandíbula. Desde entonces no pudo tragar ni un vaso de agua y se alimentaba por una sonda en el estómago”-, las sesiones de quimioterapia, los dolores...

Cuenta Ignacio que Bárbara y él intuían ya que su historia, su sufrimiento, serviría para dar testimonio, para hacer ver a los demás la fuerza que da el amor de Dios. Rezaban mañana y noche y soñaban con el final del desierto de sufrimiento. Pero juntos.

Ahora Ignacio recuerda aquellos duros momentos en una carta dirigida a su esposa: “Presentía que íbamos a sufrir mucho, que sería muy duro y probablemente muy largo, pero también te garantizaba que, por muy duro que fuese, más tarde yo me iba a encargar de que fueras la persona más feliz del mundo, que todo esfuerzo merecería la pena, que disfrutaríamos de nuestra hija y que nos teníamos que preparar para un tiempo indefinido y horrible. ¡Ganaremos vida mía, ganaremos! Hoy nos queda lo más difícil: buscarle sentido a todo esto que nos ha pasado”.

Y, por difícil que pueda parecer, Ignacio lo ha encontrado. “He sentido una fuerza de fe que no había sentido nunca. Me siento invencible”, asegura con la serenidad que le da saberse sujeto por Dios - “me tiene agarrado y no me quiere soltar”- y con el dulce recuerdo de haber compartido su vida con una mujer “que ya sabía que era especial”.

Dice que ella dio su vida por amor. “Hacia su hija, hacia mí y hacia Dios”. Ahora, confiesa, solo le preocupa poder “honrarla como ella merece”.

Bárbara Castro García (1981-2012), madre coraje. Descanse en paz.

Artículos publicados en religionenlibertad.com


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