sábado, 17 de marzo de 2012

#Cuaresma2012: El desierto

Reflexionamos sobre la importancia del desierto con un texto de Alain Grzybowski


Bajo mis ojos una tierra calcinada, una tierra de torrentes en donde no se ve sin embargo agua ninguna, una tierra sin horizonte en donde la lejanía se pierde en la bruma; percibo una especie de sordo zumbido que no evoca vida alguna; distingo algunas rapaces pero ni verde ni animales. Es quizá espléndido pero resulta un lugar de desolación y mi primer sentimiento es la angustia. Así es como se halla descrito el desierto en la Biblia. "País de serpientes abrasadas, de escorpiones y de la sed..." (Dt 8, 15). "Sed de ti tiene mi alma, por ti languidece me carne, cual tierra seca, sin agua" (Sal 63, 2). "Vienen del desierto, del país temible" (Is 21, 1). "Tierra árida y de torrenteras, tierra reseca y oscura, tierra por donde nadie pasa y en donde nadie se asienta" (Jr 2, 6). "Es como un cardo en la estepa... Vive en los sitios ardientes del desierto, en saladar inhabitable" (Jr 17, 6). Verdaderamente, éste no es el lugar en donde a uno le gustaría vivir.

Entre numerosos cristianos de ahora se habla sin embargo con entusiasmo del desierto, de ir al desierto. Se habla de él como del lugar por excelencia para el encuentro contigo, Señor Dios mío. Hay que escuchar la delectación con que una religiosa amiga mía dice: "El lunes voy al desierto...". Desde luego, tiene razón; mis amigos que van al desierto tienen razón, pero sólo en un segundo momento. En el primero, el desierto sigue siendo esa tierra árida y desolada a la que no se va por gusto. En mi meditación de hoy no querría prescindir de ese primer grado. Contemplaré, pues, el desierto, viendo allí la imagen del desierto interior que todo hombre encuentra en su vida en uno u otro momento; del desierto al que el propio Dios, de una cierta manera me conduce: "El que te ha conducido a través de ese desierto grande y temible" (Dt 08, 15). Evocaré, pues, mis deseos, los de mis hermanos, caracterizados por un derrumbamiento más o menos profundo de la personalidad, por la invasión más o menos total o mental por parte de una sola y exclusiva preocupación que oculta cualquier otra, vuelve en cualquier tiempo y a destiempo y ocupa hasta nuestras noches y nuestro sueños. Lo que predomina entonces es un sentimiento de postración, de cansancio: esto dura demasiado y ya no se saldrá de aquí.

De este desierto, Señor ¿quién consigue escapar? Para algunos, ese desierto es la aterradora angustia interior que destruye, la convicción de estar irremediablemente condenado -misterio de una educación que no ha dejado lugar alguno a la esperanza- y la incapacidad de interesarse por cualquier cosa o persona. Para otro, escritor obligado a exiliarse para salvar su libertad física y quizá su vida, el desierto fue ese desarraigo de la tierra natal, esa incapacidad que duró meses para escribir la menor palabra pues nada tenía significado en un mundo extraño y deshumanizado. Para otra persona fue el período de su existencia en que temió por su empleo y por la seguridad económica de los suyos, mientras que era víctima de una maniobra fraudulenta de personas a las que había confiado la totalidad de sus ahorros. Para otro será una disensión conyugal o una muerte o se tratará de una situación profesional difícil; para otros será un drama moral interior; el dominio del alcohol o de la droga; será quizá el rechazo de los amigos; serán los negocios que no marchan bien; será el verse abandonado por sus hijos. Para muchos, todo resultará simplemente inexplicable: lo que se quería, ya no se quiere; aquello por lo que uno se interesaba, ya no interesa. Así, sin motivo aparente.

Se recuerda entonces cuán diferente era la vida "antes"; se recuerda sin alegría las alegrías pasadas; se preguntaba uno si podrá volver a sentirlas alguna vez. Ojalá tengamos, Señor Dios, la suerte de volvernos entonces más profunda y sinceramente hacia ti. De darnos cuenta que, del mismo modo que condujiste a tu pueblo al desierto, permites que seamos conducidos nosotros y en este contexto de despojamiento no deseado y no escogido, tú estás allí presente, como la Nube. El desierto por sí mismo carece de significado; pero si entonces -al precio de un esfuerzo de abandono que sólo tú puedes conocer- me dispongo a escucharte, si acepto aferrarme a tu palabra, entonces todo puede cambiar. No es que el desierto vaya a desaparecer inmediatamente, pero yo descubriré que tú habitas ese desierto. Voy a experimentar tu gran ternura y tu solicitud. En esta situación, si abro los ojos, si acojo tu amor, entonces el menor gesto, la menor palabra, el menor acontecimiento podrá hablarme de ti como no habría podido en el tiempo "de antes".

Si abro los ojos, si acojo tu amor, descubriré unas fuentes donde no lo creía posible porque hasta en el desierto más horrible hay una fuente.(...)

La encontraremos en el momento más inesperado y, por contraste, quedaremos deslumbrados mientras permanecemos indiferentes ante los más verdes paisajes de nuestras comarcas. (...)

En todo desierto hay una fuente; esto no significa necesariamente verse rodeado y mimado. Muy a menudo se tratará de una exigencia que me sobresaltará. En mi desierto familiar se me propone un nuevo empleo o un compromiso al servicio de los demás. En mi desierto profesional, alguien de mi familia necesita ayuda. Lo que es cierto es que la fuente existe pero yo no la veo. Y si la veo, no puedo ir a beber hasta allí, a tomar su agua. Porque eso trastorna mi orgullo, porque me niego a ser ayudado. Cuantas parejas prefieren vivir así en el desierto en que se ha convertido su amor en vez de aceptar que se les ayude. Señor Dios mío, te ruego por todos esos hombres en el desierto; te ruego en recuerdo de aquellos momentos del desierto que yo mismo viví. Ojalá hallen su fuente y eventualmente sepa yo ser fuente tuya. Que recobren entonces el sentido de lo esencial, el sentido de su existencia. Porque si tú permites que atravesemos el desierto es para ayudarnos a restablecer las prioridades; a nosotros nos corresponde advertir que existes y que nos amas, que existen nuestros hermanos y tenemos que amarles. Que tú eres primero. Que nos diste tus mandamientos para permitirnos vivir plenamente. "Guardaréis todos los mandamientos que hoy os prescribo poner en práctica a fin de que viváis"

Si permites que atravesemos el desierto, es para que tomemos conciencia de la salvación que nos traes. Eusebio nos dice en su comentario sobre Isaías: "Porque los acontecimientos profetizados no se producirán en Jerusalén sino en el desierto; allí es donde la gloria del Señor aparecerá y en donde toda carne tendrá conocimiento de la salvación de Dios".

Si permitiste que atravesáramos el desierto es para que recobremos el gusto por tus dones, tus numerosos dones, tu maná. Para recordar que vienen de ti. Para darnos cuenta de que con tus propios dones y a causa de ellos, corremos el riesgo de pasar al margen del sentido de nuestra vida: ganado que crece, negocios que marchan. "Cuando comas y quedes harto, cuando construyas hermosas casas y vivas en ellas, cuando se multipliquen tus vacas y tus ovejas, cuando tengas plata y oro en abundancia y se acrecienten todos tus bienes ¡Que tu corazón no se engría! No olvides entonces a Yahvé, que te hizo salir del país de Egipto" (Dt 08,12-14).

Me has dado un esposo, una esposa que me ama; me has dado una familia; me has dado una profesión en la que me desenvuelvo bien; me has dado capacidad para experimentar el júbilo o el placer, el placer carnal, por ejemplo. Pero si olvido que esto procede de ti, si en mi corazón digo: "Mi propia fuerza y el vigor de mi mano me han proporcionado esta prosperidad" (Dt 08,17), si decido disfrutar de estos dones conforme a mi fantasía y olvidando tus leyes que hacen vivir, decide entonces que tenga la suerte de entrar en el desierto para restablecer en mi vida, para recordar que "no sólo de pan vive el hombre" (Dt 8, 3).

No te pido permanecer en el desierto porque el desierto sigue siendo el desierto y tú no me hiciste para la angustia, la soledad y la no-vida. Toda actitud dolorista, autodestructora, todo comportamiento de instalación en el desierto constituiría un rechazo de tu llamada y de tus promesas. "Para que viváis... y para que entréis en el país que Yahvé prometió bajo juramento a vuestros padres y los poseáis" (Dt 8, 1). El desierto en el sentido en que me haces verlo hoy no es modo de vida, es una transición, una etapa que tu amor me proporciona para guiarme hacia otra vida. El pueblo hebreo fue conducido al desierto durante cuarenta años a causa de la Tierra Prometida.

Es muy posible, puesto que ya no nos hallamos en el plano de la historia, de la parábola, sino en el plano de la vida espiritual, que en el mismo momento tengamos a la vez la experiencia del desierto en un sector de nuestra vida y la experiencia de la Tierra Prometida en otro sector hasta que, bajo la acción del Espíritu Santo, se unifique nuestra vida. Pero si por una parte estoy en el desierto, si mis hermanos se encuentran allí, te pido que sepamos encontrar en tal lugar tu tierna presencia y reaprender a recibir tus dones y a utilizarlos para vivir verdaderamente. Lo que te ruego, si hemos estado en el desierto, es que recordemos las marchas que nos hiciste realizar "a fin de ponernos a prueba y de conocer el fondo de nuestro corazón" (/Dt/08/02). Porque el recuerdo del propio desierto está aquí para ayudarnos a restablecer las prioridades, para ayudarnos a hallar los mandamientos de la verdadera vida. ¿Cuál es el consejo insistente que nos das? "Acuérdate de Yahvé, tu Dios, él fue quien te dio esta fuerza..." (Dt 8, 16). ¿Cual es el gran reproche que diriges a tu pueblo? El de ser olvidadizo; olvidadizo de tus proezas, olvidadizo de las maravillas de tu amor. "Claro es que, si olvidas a Yahvé tu Dios, si sigues a otros dioses, si les das culto y te postras ante ellos, yo certifico hoy contra vosotros, que pereceréis" (Dt 8, 19).

Israel vivió de recuerdo del desierto; ese recuerdo inspiró muchos salmos; ese recuerdo hizo sobrevivir como pueblo a los exiliados de Babilonia. "Escucha, oh pueblo mío... que se alcen, que cuenten a sus hijos, que pongan en Dios su esperanza, que no olviden las hazañas de Dios" (Sal 78).

"Dad gracias a Yhavé, porque es bueno, porque su amor es eterno" (Sal 106). Del recuerdo del desierto vive la Iglesia en sus comienzos. "El fue quien les hizo salir de allí, operando prodigios y signos en el país de Egipto, en el mar Rojo y en el desierto durante cuarenta años" (Hech 7, 36). Del recuerdo del desierto viven muchos hermanos míos, si creo en su testimonio; gracias a tal prueba, gracias a tal momento de desierto comprendí que... devolví a Dios su verdadero lugar... y ahora vivo.

En el recuerdo que guardamos de nuestros desierto, acordándonos de tu constante fidelidad -porque tú eres fiel a ti mismo y a tus promesas-, concédenos reconocerte en esta mujer, en este hombre que nos ama pacientemente a pesar de los sobresaltos de la vida de pareja; reconocerte en el afecto de ese hijo desordenado y atolondrado; reconocerte en un amigo discreto; reconocerte en ese sacerdote más o menos perfecto.

Como necesito reavivar periódicamente mis recuerdos, pues mi corazón es débil y me muestro fácilmente olvidadizo, como necesito recordar tus dones y la deferencia de tu amor, entonces sí, hazme abrirte momentos de despoja- miento y de sobriedad; hazme abrirte "desiertos" elegidos; hazme buscarte en la soledad de un retiro, de un monasterio o simplemente de un instante de silencio que tú solo habites. Para que no me sienta abrumado por otras seducciones que se impongan a las tuyas; porque veo cómo todos los que me rodean caen en la tiranía del dinero, del sexo, de la voluntad de poder; porque quieres hacerme comprender que tu revelación en mi corazón y tu llamada a la misión es una sola cosa, haz que me acuerde en un tiempo útil de mi promesa. "Porque voy a seducirla, la llevaré al desierto y hablaré a su corazón" (Os 02,16). Allí, en aquellos lugares del desierto, tu cambiarás mi corazón; harás que acoja tus dones en el respeto de tu Alianza, sin extraviarlos, y harás que me adhiera con todo mi ser a la Palabra. "Yahvé, tu Dios, te conduce hacia una tierra buena, tierra de torrentes, de manantiales, de hontanares, que manan en los valles y en las montañas, tierra de trigo y de cebada, de aceite y de miel, tierra en donde el pan no te será tasado y en donde nada te faltará... Comerás hasta hartarte y bendecirás a Yahvé, tu Dios en esa tierra buena que te ha dado". ( Dt 08, 07-10).

Alain Grzybowski. Bajo el signo de la alianza. Narcea/ Madrid 1988, pág. 43ss

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