El Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio Mª Rouco Varela, nos invita en su carta pastoral de Cuaresma a 'purificar la mirada del alma'
Mis queridos hermanos y amigos:
En su Mensaje para la próxima Cuaresma, que se inicia el próximo 22 de febrero, Miércoles de Ceniza, el Santo Padre nos invita a que nos fijemos “los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras”, haciendo así nuestra la exhortación de la Carta a los Hebreos a los cristianos de la primera hora de la Iglesia (Cfr. Hb 10,24). “Ese fijarse”, fecundo en frutos de caridad cristiana, de reciprocidad y de santidad, presupone y exige una mirada limpia o, lo que es lo mismo, que los ojos del alma hayan sido purificados previamente de toda la escoria del egoísmo, de la soberbia y de la malicia, en una palabra, del pecado que haya podido enturbiarlos en nuestro pasado y que los mantenga todavía manchados en el presente. Solamente si nuestra mirada interior es capaz de elevar su perspectiva de visión a la verdad de Dios ¡el Dios vivo y verdadero!, caerá en la cuenta de la verdad del hombre que tiene a su lado; por lo tanto, del hombre concreto a quien encuentra y con el que vive en su casa, en su familia, en la vecindad, en el lugar de trabajo y de tiempo libre; en la comunidad civil y en la sociedad de la que forma parte, es decir, en el pueblo, la ciudad y la patria en la que cada uno de nosotros está inserto. Ya decía Romano Guardini en momentos dramáticos de la historia contemporánea, en los que la durísima realidad de un mundo en guerra casi obligaba a aceptar la terrible y conocida tesis de que “el hombre es un lobo para el otro hombre”, que sólo el que conoce de verdad a Dios conoce verdaderamente al hombre.
Comenzamos una nueva Cuaresma en un tiempo de mucho sufrimiento a nuestro alrededor. La crisis, que lo caracteriza económica, social, cultural, moral y espiritualmente, está dejando muchos pobres a su paso: pobres en lo material, en la expresión más dolorosa de la pérdida o de la falta de puesto de trabajo; pobres en lo humano y espiritual en sus más variadas y crueles facetas. La ruptura del matrimonio y de la familia, la frustración y depresión de jóvenes y mayores, el endurecimiento del alma y la pérdida de la conciencia del pecado… son los índices más evidentes del estado de postración espiritual en el que se encuentra nuestra sociedad. Y, lo peor, es que hemos perdido el sentido y el valor de la compasión. Solo nos interesamos por nosotros mismos. Y como nos horroriza pensar de que “somos polvo y en polvo nos hemos de convertir”, nos aferramos al “no” al Evangelio y vivimos como si Dios no existiese, como si no se hubiese hecho uno de nosotros para poder cargar con nuestros pecados y ofrecerse como víctima de justicia y de misericordia, clavado en una Cruz. El tiempo litúrgico de la Cuaresma, tiempo siempre de conversión al “Dios vivo y verdadero” -¡a Jesucristo Redentor del hombre!-, nos apremia a purificar la mirada del alma alzándola y fijándola en el rostro divino-humano del Crucificado, del “Dios con nosotros”, ¡con nosotros hasta la muerte y una muerte de Cruz! La Iglesia nos facilita, un año más, el camino que nos abre a su gracia redentora. La oración personal y la oración comunitaria de nuestra Iglesia Diocesana, unida a la del Santo Padre y a la de toda la Iglesia Universal, precisa centrarse en una insistente y perseverante intención: ¡Señor, purifica los ojos de nuestra alma con la luz de tu Santo Espíritu, el Espíritu Santo! ¡Danos la gracia actual y viva de apartarlos de las verdades capciosas y engañosas del mundo y de dirigirlos a la única verdad salvadora del amor misericordioso de Jesucristo muerto y resucitado por nosotros para la vida bienaventurada y eterna! La meditación de la Palabra de Dios, la plegaria humilde, acudir al confesor en el Sacramento de la Penitencia y la vivencia de la litúrgica eucarística son los instrumentos privilegiados para la acogida sincera y fructífera de la gracia de una nueva conversión. Si nos fijamos en Dios de verdad y en la verdad, también nos fijaremos en el hombre “nuestro hermano en la fe y en la humanidad” de verdad y en la verdad: en la verdad viva de el que está cerca y en la del que está lejos. Graves son las necesidades materiales y espirituales, que agobian a los países subdesarrollados y más pobres de la tierra y graves también las que angustian a los que padecen entre nosotros más directamente las consecuencias empobrecedoras de la crisis. Pueden ser un familiar, un vecino, un amigo, un compañero de profesión y tiempo libre, a alguien que encontramos en la calle o en la plaza sin techo ni hogar. Esperan una respuesta fraterna del que ama movido por el amor del Padre común y por la caridad de aquel que es el Hermano, Amigo y Señor de todos: ¡Jesucristo!
Fijarse en el hombre hermano, que convive y comparte con nosotros los bienes de la gracia de Dios en la Iglesia y en la sociedad, implica por lo tanto mirar también y ver las necesidades del alma, como nos lo recuerda el Papa en su Mensaje cuaresmal. Vivir la Iglesia y vivir en la Iglesia significa y es lo mismo que “caminar juntos en la santidad”. Convivir en la comunidad humana de un pueblo y de una misma sociedad implica buscar juntos el bien común de la persona humana en toda su integridad, material, moral, cultural y espiritual. Una sociedad que haya perdido la sensibilidad ética más elemental en la conciencia personal y colectiva frente a los sufrimientos del ser humano despojado de los bienes más esenciales para la realización de su destino -bienes materiales y bienes espirituales-, no saldrá nunca de las crisis históricas de todo tipo que puedan afligirla. Las conciencias corrompidas son incapaces de cualquier regeneración social, digna de este nombre. La conversión cuaresmal al amor misericordioso de Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación, comprende también asumir la obra básica de una caridad espiritual que se ejercita en la corrección fraterna individual y social, en el acompañamiento personal en lo humano y en lo espiritual estrictamente dicho, en la ayuda y sostén para la búsqueda de la fe, en la afirmación práctica de la esperanza y en la apuesta firme por vivir el mandato del amor hasta el extremo: ¡ en la apuesta por la santidad!
La evocación de la experiencia eclesial de la JMJ 2011 es un buen estímulo de pedagogía pastoral para esa purificación de la mirada del alma que el Santo Padre implícitamente nos pide al iniciar la nueva Cuaresma del año 2012. En aquellos días inolvidables del encuentro mundial de los jóvenes del mundo con el Santo Padre en la Comunión de la Iglesia nuestros ojos se llenaron de luz: ¡de la luz de Jesucristo Resucitado, nuestro Hermano, nuestro Amigo, nuestro Señor! y nuestro corazón de una alegría, presagio y señal luminosa de la alegría que nunca acaba ni acabará. La alegría, que brota incontenible del corazón cuando “sus ojos” se fijan en Cristo y en su luz, se experimenta viva y contagiosa cuando en esa mirada del corazón a Jesucristo queda comprendido el fijarse en el hombre: en los hombres, nuestros hermanos.
A la Virgen María nuestra Madre y Señora, Virgen de La Almudena, le pedimos fervientemente que nos acompañe en este propósito renovado de mirar a su divino Hijo, como le miró Ella al pie de la Cruz y en su primer encuentro después de la Resurrección.
Con mi oración para que el nuevo tiempo de Cuaresma, que el Señor y la Iglesia nos regalan, sea verdaderamente un tiempo de gracia y de santidad para toda la comunidad diocesana, os bendigo de corazón.
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