Los cristianos celebramos dos grandes fiestas durante el año, los dos ejes centrales de nuestra fe: Dios, que se hace hombre y mora entre nosotros, y la celebración que hoy nos llena de gozo, el Señor, que ha resucitado…
Pero, si grande es nuestro gozo, si grande es nuestra alegría… pensemos un momento como ha de haber sido la de sus amigos y discípulos cuando le encontraron de nuevo… esa nueva esperanza que renace… ese es el cimiento de nuestra fe…
Y entre todos sus amigos… de todos sus discípulos… ¡de todos!… hay alguien que sintió un gozo especial… su corazón había estado entristecido, traspasado por el dolor… no tanto por su partida, sino por todo lo que su Hijo tuvo que padecer… pero ella no dudaba… al contrario, lo esperaba con fe…
Hoy quiero compartir con ustedes parte de la meditación de Francisco Fernández Carvajal para este día…
La Virgen, que estuvo acompañada por las santas mujeres en las horas tremendas de la crucifixión de su Hijo, no acompañó a éstas en el piadoso intento de terminar de embalsamar el Cuerpo muerto de Jesús. María Magdalena y las demás mujeres que le habían seguido desde Galilea han olvidado las palabras del Señor acerca de su Resurrección al tercer día. La Virgen Santísima sabe que resucitará. En un clima de oración, que nosotros no podemos describir, Ella espera a su Hijo glorificado.
“Los evangelios no nos hablan de una aparición de Jesús resucitado a María. De todos modos, como Ella estuvo de manera especialmente cercana a la cruz del Hijo, hubo de tener también una experiencia privilegiada de su resurrección” (JPII). Una tradición antiquísima de la Iglesia nos transmite que Jesús se apareció en primer lugar y a solas a su Madre. En primer término, porque Ella es la primera y principal corredentora del género humano, en perfecta unión con su Hijo. A solas, puesto que esta aparición tenía una razón de ser muy diferente de las demás apariciones a las mujeres y a los discípulos. A éstos había que reconfortarlos y ganarlos definitivamente para la fe. La Virgen, que ya había sido constituida Madre del género humano reconciliado con Dios, no dejó en ningún momento de estar en perfecta unión con la Trinidad Beatísima. Toda la esperanza en la Resurrección de Jesús que quedaba sobre la tierra se había cobijado en su corazón.
No sabemos de qué manera tuvo lugar la aparición de Jesús a su Madre. A María Magdalena se le apareció de forma que ella no le reconoció en un primer momento. A los dos discípulos de Emaús se les unió como un hombre que iba de viaje. A los apóstoles reunidos en el Cenáculo se les apareció con las puertas cerradas… A su Madre, en una intimidad que podemos imaginar, se le mostró en tal forma que Ella conociera, en todo caso, su estado glorioso y que ya no continuaría la misma vida de antes sobre la tierra.
La Virgen, después de tanto dolor, se llenó de una inmensa alegría. “No sale tan hermoso el lucero de la mañana -dice fray Luis de Granada-, como resplandeció en los ojos de la Madre aquella cara llena de gracias y aquel espejo sin mancilla de la gloria divina. Ve el cuerpo del Hijo resucitado y glorioso, despedidas ya todas las fealdades pasadas, vuelta la gracia de aquellos ojos divinos y resucitada y acrecentada su primera hermosura. Las aberturas de las llagas, que eran para la Madre como cuchillos de dolor, verlas hechas fuentes de amor, al que vio penar entre ladrones, verle acompañado de ángeles y santos, al que la encomendaba desde la cruz al discípulo ve cómo ahora extiende sus amorosos brazos y le da dulce paz en el rostro, al que tuvo muerto en sus brazos, verle ahora resucitado ante sus ojos. Tiénele, no le deja, abrázale y pídele que no se le vaya, entonces, enmudecida de dolor, no sabía qué decir, ahora, enmudecida de alegría, no puede hablar.” Nosotros nos unimos a esta inmensa alegría.
Se cuenta que Santo Tomás de Aquino, cada año en esta fiesta, aconsejaba a sus oyentes que no dejaran de felicitar a la Virgen por la Resurrección de su Hijo. Es lo que hacemos nosotros, comenzando hoy a rezar el Regina Coeli, que ocupará el lugar del Ángelus durante el tiempo Pascual:
No sabemos de qué manera tuvo lugar la aparición de Jesús a su Madre. A María Magdalena se le apareció de forma que ella no le reconoció en un primer momento. A los dos discípulos de Emaús se les unió como un hombre que iba de viaje. A los apóstoles reunidos en el Cenáculo se les apareció con las puertas cerradas… A su Madre, en una intimidad que podemos imaginar, se le mostró en tal forma que Ella conociera, en todo caso, su estado glorioso y que ya no continuaría la misma vida de antes sobre la tierra.
La Virgen, después de tanto dolor, se llenó de una inmensa alegría. “No sale tan hermoso el lucero de la mañana -dice fray Luis de Granada-, como resplandeció en los ojos de la Madre aquella cara llena de gracias y aquel espejo sin mancilla de la gloria divina. Ve el cuerpo del Hijo resucitado y glorioso, despedidas ya todas las fealdades pasadas, vuelta la gracia de aquellos ojos divinos y resucitada y acrecentada su primera hermosura. Las aberturas de las llagas, que eran para la Madre como cuchillos de dolor, verlas hechas fuentes de amor, al que vio penar entre ladrones, verle acompañado de ángeles y santos, al que la encomendaba desde la cruz al discípulo ve cómo ahora extiende sus amorosos brazos y le da dulce paz en el rostro, al que tuvo muerto en sus brazos, verle ahora resucitado ante sus ojos. Tiénele, no le deja, abrázale y pídele que no se le vaya, entonces, enmudecida de dolor, no sabía qué decir, ahora, enmudecida de alegría, no puede hablar.” Nosotros nos unimos a esta inmensa alegría.
Se cuenta que Santo Tomás de Aquino, cada año en esta fiesta, aconsejaba a sus oyentes que no dejaran de felicitar a la Virgen por la Resurrección de su Hijo. Es lo que hacemos nosotros, comenzando hoy a rezar el Regina Coeli, que ocupará el lugar del Ángelus durante el tiempo Pascual:
V/. Alégrate, Reina del cielo. Aleluya.
R/. Porque el que mereciste llevar en tu seno. Aleluya.
V/. Ha resucitado, según predijo. Aleluya.
R/. Ruega por nosotros a Dios. Aleluya.
V/. Gózate y alégrate, Virgen María. Aleluya.
R/. Porque ha resucitado Dios verdaderamente. Aleluya.
Oremos:
Oh Dios que por la Resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te has dignado dar la alegría al mundo, concédenos por su Madre, la Virgen María, alcanzar el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
R/. Porque el que mereciste llevar en tu seno. Aleluya.
V/. Ha resucitado, según predijo. Aleluya.
R/. Ruega por nosotros a Dios. Aleluya.
V/. Gózate y alégrate, Virgen María. Aleluya.
R/. Porque ha resucitado Dios verdaderamente. Aleluya.
Oremos:
Oh Dios que por la Resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te has dignado dar la alegría al mundo, concédenos por su Madre, la Virgen María, alcanzar el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Texto publocado en el blog www.tengoseddeti.org
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